Un pueblo indígena sin tierra difícilmente podrá ser un pueblo indígena. Es decir, la tierra es fuente de su identidad, de su espiritualidad, de su vida. La tierra es una Madre que lo nutre. Por eso es inconcebible su uso como medio para ganar dinero, como lo hacen, por ejemplo, las forestales dedicadas a la producción de celulosas o las transnacionales que se dedican al monocultivo. La tierra no es un objeto que podemos usar y destruir, para los pueblos indígenas es como una persona, que merece todo nuestro respeto y cuidado.
La tierra no se vende, es nuestra madre. ¡Cómo vamos a vender a nuestra madre! Esto explica las luchas que tiene el pueblo Mapuche y otros por sus tierras (“Mapu” = tierra, “che” = gente, pueblo), pues, si le quitan la tierra lo matan también como pueblo.
Muchos aymaras acá en el norte hemos abandonado nuestras tierras por lo que nuestra identidad está siendo debilitada, no puede haber un pueblo aymara sin tierra, es muy complicado producir y reproducir lo que somos desde la ciudad, pues mucho elementos de la identidad aymara surgieron de la practica agrícola, el pueblo aymara vive y vivía trabajando la tierra.
Los y las aymaras deben regresar a la tierra, ocupar sus territorios, demandarlos, especialmente ahora cuando ingresamos a una crisis económica y social. Cuando los y las aymaras comiencen a recuperar sus tierras, cuando vuelvan a la madre, redimirán también su identidad, historia y espiritualidad, y sus luchas políticas tendrán objetivos claros.Regresar a la tierra, recuperar el ethos de los antepasados, sobretodo llevarlo a la práctica, es cuestionar de fondo el modelo desarrollista dominante, caracterizado por el individualismo, la profunda injusticia e insolidaridad. Corresponde a las mismas personas indígenas crear su propio futuro, las propias condiciones para vivir en comunión con la madre tierra y entre los seres humanos. El regreso ayllu a la tierra es fundamental para su (súper)pervivencia.
Los estados nacionales han sido construidos sobre tierras pertenecientes a pueblos indígenas, muchos ya desaparecidos en un largo proceso que comienza con la conquista española (asesinados, asimilados o forzados a asumir una identidad que no les pertenecía). Los que todavía perviven han comenzado a tomar conciencia de sus derechos y del aporte que significan para el resto de las sociedades; han comenzado a luchar por llegar a ser lo que son, por vivir su propia identidad, cosmovisión, organización social, incluso, su propia religión o espiritualidad.
Los pueblos indígenas no se apropian ni dominan la tierra, sino mantienen una relación de reciprocidad con ella, pues saben que la vida de la tierra es condición para la vida del ser humano. Muy diferentes es la práctica de los dueños del gran capital, pues destruye en su proceso de producción y acumulación desenfrenada y compulsiva, las fuentes de donde extrae la riqueza: al ser humano y la naturaleza. Hay mucha riqueza acumulada, tanto que algunos economistas (como Ulrich Beck, Jeremy Rifkin o el Gruppe Krisis) dicen que ya no se necesitaría trabajar sino redistribuir lo que hay. Sin embargo, el 20%, sino es menos, de la humanidad despilfarra todo la riqueza acumulada por generaciones, estando el otro 80% bajo la miseria.
La racionalidad económica que impera es suicida, en su cálculo de ganancia no entra el daño que causa a la personas y a la naturaleza. El razonamiento de los economistas que justifican la práctica económica de acumulación depravada, es un círculo medio-fin cerrado, donde no se considera sus efectos “no intencionales”.
En la racionalidad indígena en cambio, la tierra no es objeto sino sujeto, no se la viola sino que se la protege y alimenta como a un ser humano, por eso los y las aymaras (y otros muchos pueblos originarios de Abya Yala) le hacen ofrendas, (pawa) es decir, le invitan comida, coca, licores, etc. A esto se llama “reciprocidad”, la tierra nos da y nosotros debemos también convidarle. La tierra “no da así no más”, es necesario establecer una relación de Madre e hijos/as entre nosotros y ella. He aquí el fundamento racional de la espiritualidad indígena, más racional al menos que cierta enseñanza “cristiana”-capitalista que promueve el enseñoramiento de la tierra y su dominación (en relación a la enseñanzas bíblicas, habría que releer pasajes donde se habla de la defensa de la tierra, como por ejemplo, en 1 Reyes 21 donde Nabot se resiste a ceder por dinero la tierra de sus padres al rey Acab).
La tierra en las comunidades indígenas es administrada por la comunidad, que la raciona según las necesidades, el número de hijos e hijas, etc. Pero no se hereda, no pasa de dueño en dueño, sino se la re-distribuye, por eso no tiene que ser propiedad privada. Lo que nos está aniquilando es el imperialismo de la propiedad privada (lamentablemente varios indígenas también la están practicando traicionando a su propios hermanos/as) y los contratos mercantiles que bajo forma de ley están por encima de la vida concreta de las personas.
Los terratenientes, los latifundistas, no practican el amor a la tierra, para ellos no es más que una mercancía para enriquecerse. Y las forestales arrancan los árboles nativos para sembrar pinos, como vi en la VIII Región y el Estado todavía subvenciona y aplaude esta práctica suicida. Lo mismo han hecho, y desean seguir haciendo con los pueblos indígenas, arrancarlos de la tierra para terminar de asesinarlos y plantar en su lugar a más potentados y capitalistas que con sus hechos muestran un total desprecio a la vida.
En efecto, ni las personas ni los pueblos de Abya Yala piensan igual a quienes dirigen el destino de los estados nacionales (las élites, los partidos políticos o las familias ricas que ha secuestrado la “democracia” para sus propios intereses), ni se les puede uniformizar bajo un solo proyecto de nación, una sola forma, por así decirlo, de vestir o bajo una sola forma de hablar (por eso la importancia de recuperar los idiomas nativos).
Para las personas indígenas que tienen conciencia de la historia de su pueblo, las repúblicas son algo así como una continuación del proyecto colonial. Ya no se puede seguir desconociendo en la práctica el territorio geográfico, simbólico, mental, la cosmovisión, la subjetividad, la organización socio económica, usos y costumbres de los pueblos originarios, ni alienando a sus miembros con la educación formal construida en muchos aspectos en función del mercado capitalista y el “desarrollo” destructivo y des-almado nacido en occidente, ni con la religión cristiana institucionaliza cuya jerarquía practica muchas veces el desprecio a otras expresiones religiosas y espirituales: cerrada en sus propios pre-concepciones no acepta el dialogo con la espiritualidad indígena ni una transformación efectiva del status quo, siendo que Jesús el Cristo cuestionó el orden de cosas y a las personas que oprimían a su pueblo (ver por ejemplo: S. Mateo 23: 1-36, S. Lucas 4: 16-21 y otros).
En fin, si vamos a ser un país democrático debemos organizarnos respetando (repito: “en la práctica”) las diversidades sociales, religiosas, políticas: somos culturas diversas las que vivimos en este país (Mapuche, Aymaras, Rapa Nuis, Atacameños, Quechuas, Collas, Kawashkares, Yámanas y descendientes de europeos, etc.) y no es razonable que se imponga un solo estilo y desarrollo de vida, el estilo occidental (¿acaso vamos a seguir siendo una triste copia de Europa?), si se le puede llamar así a esta forma de ser chilenos que nos caracteriza. ¿Qué es ser chilenos o la “chilenidad”? Es necesario el derecho a la autonomía cultural, territorial, Chile se debe autodeterminar y no ser cultural y económicamente dependiente de los países del “primer mundo”, junto a ello, se deben autodeterminar las regiones, comunas, grupos humanos; se le debe preguntar a los pueblos indígenas si quieres seguir siendo ciudadanos de este país, repito no se trata solo de hacer leyes (como la ley Nro 19.253), pues el papel “aguanta todo”, sino hacer real y verdadera la democracia, la convivencia en la diversidad cultural, política, religiosa y económica; democratizar, por ejemplo, las decisiones económicas, que sean las y los propios ciudadanos, el pueblo de Chile, quienes elijan el desarrollo económico y social que desean y le convenga… El respeto a que los pueblos (re)inventen lo que quieren ser, sin recibir una agresiva imposición desde “arriba” (y este derecho no es solo para los pueblos originarios sino para cualquier otra comunidad humana).
De lo que se trata en pocas palabras es el de hacer de Chile un mundo donde quepan todos los otros mundos.
La tierra no se vende, es nuestra madre. ¡Cómo vamos a vender a nuestra madre! Esto explica las luchas que tiene el pueblo Mapuche y otros por sus tierras (“Mapu” = tierra, “che” = gente, pueblo), pues, si le quitan la tierra lo matan también como pueblo.
Muchos aymaras acá en el norte hemos abandonado nuestras tierras por lo que nuestra identidad está siendo debilitada, no puede haber un pueblo aymara sin tierra, es muy complicado producir y reproducir lo que somos desde la ciudad, pues mucho elementos de la identidad aymara surgieron de la practica agrícola, el pueblo aymara vive y vivía trabajando la tierra.
Los y las aymaras deben regresar a la tierra, ocupar sus territorios, demandarlos, especialmente ahora cuando ingresamos a una crisis económica y social. Cuando los y las aymaras comiencen a recuperar sus tierras, cuando vuelvan a la madre, redimirán también su identidad, historia y espiritualidad, y sus luchas políticas tendrán objetivos claros.Regresar a la tierra, recuperar el ethos de los antepasados, sobretodo llevarlo a la práctica, es cuestionar de fondo el modelo desarrollista dominante, caracterizado por el individualismo, la profunda injusticia e insolidaridad. Corresponde a las mismas personas indígenas crear su propio futuro, las propias condiciones para vivir en comunión con la madre tierra y entre los seres humanos. El regreso ayllu a la tierra es fundamental para su (súper)pervivencia.
Los estados nacionales han sido construidos sobre tierras pertenecientes a pueblos indígenas, muchos ya desaparecidos en un largo proceso que comienza con la conquista española (asesinados, asimilados o forzados a asumir una identidad que no les pertenecía). Los que todavía perviven han comenzado a tomar conciencia de sus derechos y del aporte que significan para el resto de las sociedades; han comenzado a luchar por llegar a ser lo que son, por vivir su propia identidad, cosmovisión, organización social, incluso, su propia religión o espiritualidad.
Los pueblos indígenas no se apropian ni dominan la tierra, sino mantienen una relación de reciprocidad con ella, pues saben que la vida de la tierra es condición para la vida del ser humano. Muy diferentes es la práctica de los dueños del gran capital, pues destruye en su proceso de producción y acumulación desenfrenada y compulsiva, las fuentes de donde extrae la riqueza: al ser humano y la naturaleza. Hay mucha riqueza acumulada, tanto que algunos economistas (como Ulrich Beck, Jeremy Rifkin o el Gruppe Krisis) dicen que ya no se necesitaría trabajar sino redistribuir lo que hay. Sin embargo, el 20%, sino es menos, de la humanidad despilfarra todo la riqueza acumulada por generaciones, estando el otro 80% bajo la miseria.
La racionalidad económica que impera es suicida, en su cálculo de ganancia no entra el daño que causa a la personas y a la naturaleza. El razonamiento de los economistas que justifican la práctica económica de acumulación depravada, es un círculo medio-fin cerrado, donde no se considera sus efectos “no intencionales”.
En la racionalidad indígena en cambio, la tierra no es objeto sino sujeto, no se la viola sino que se la protege y alimenta como a un ser humano, por eso los y las aymaras (y otros muchos pueblos originarios de Abya Yala) le hacen ofrendas, (pawa) es decir, le invitan comida, coca, licores, etc. A esto se llama “reciprocidad”, la tierra nos da y nosotros debemos también convidarle. La tierra “no da así no más”, es necesario establecer una relación de Madre e hijos/as entre nosotros y ella. He aquí el fundamento racional de la espiritualidad indígena, más racional al menos que cierta enseñanza “cristiana”-capitalista que promueve el enseñoramiento de la tierra y su dominación (en relación a la enseñanzas bíblicas, habría que releer pasajes donde se habla de la defensa de la tierra, como por ejemplo, en 1 Reyes 21 donde Nabot se resiste a ceder por dinero la tierra de sus padres al rey Acab).
La tierra en las comunidades indígenas es administrada por la comunidad, que la raciona según las necesidades, el número de hijos e hijas, etc. Pero no se hereda, no pasa de dueño en dueño, sino se la re-distribuye, por eso no tiene que ser propiedad privada. Lo que nos está aniquilando es el imperialismo de la propiedad privada (lamentablemente varios indígenas también la están practicando traicionando a su propios hermanos/as) y los contratos mercantiles que bajo forma de ley están por encima de la vida concreta de las personas.
Los terratenientes, los latifundistas, no practican el amor a la tierra, para ellos no es más que una mercancía para enriquecerse. Y las forestales arrancan los árboles nativos para sembrar pinos, como vi en la VIII Región y el Estado todavía subvenciona y aplaude esta práctica suicida. Lo mismo han hecho, y desean seguir haciendo con los pueblos indígenas, arrancarlos de la tierra para terminar de asesinarlos y plantar en su lugar a más potentados y capitalistas que con sus hechos muestran un total desprecio a la vida.
En efecto, ni las personas ni los pueblos de Abya Yala piensan igual a quienes dirigen el destino de los estados nacionales (las élites, los partidos políticos o las familias ricas que ha secuestrado la “democracia” para sus propios intereses), ni se les puede uniformizar bajo un solo proyecto de nación, una sola forma, por así decirlo, de vestir o bajo una sola forma de hablar (por eso la importancia de recuperar los idiomas nativos).
Para las personas indígenas que tienen conciencia de la historia de su pueblo, las repúblicas son algo así como una continuación del proyecto colonial. Ya no se puede seguir desconociendo en la práctica el territorio geográfico, simbólico, mental, la cosmovisión, la subjetividad, la organización socio económica, usos y costumbres de los pueblos originarios, ni alienando a sus miembros con la educación formal construida en muchos aspectos en función del mercado capitalista y el “desarrollo” destructivo y des-almado nacido en occidente, ni con la religión cristiana institucionaliza cuya jerarquía practica muchas veces el desprecio a otras expresiones religiosas y espirituales: cerrada en sus propios pre-concepciones no acepta el dialogo con la espiritualidad indígena ni una transformación efectiva del status quo, siendo que Jesús el Cristo cuestionó el orden de cosas y a las personas que oprimían a su pueblo (ver por ejemplo: S. Mateo 23: 1-36, S. Lucas 4: 16-21 y otros).
En fin, si vamos a ser un país democrático debemos organizarnos respetando (repito: “en la práctica”) las diversidades sociales, religiosas, políticas: somos culturas diversas las que vivimos en este país (Mapuche, Aymaras, Rapa Nuis, Atacameños, Quechuas, Collas, Kawashkares, Yámanas y descendientes de europeos, etc.) y no es razonable que se imponga un solo estilo y desarrollo de vida, el estilo occidental (¿acaso vamos a seguir siendo una triste copia de Europa?), si se le puede llamar así a esta forma de ser chilenos que nos caracteriza. ¿Qué es ser chilenos o la “chilenidad”? Es necesario el derecho a la autonomía cultural, territorial, Chile se debe autodeterminar y no ser cultural y económicamente dependiente de los países del “primer mundo”, junto a ello, se deben autodeterminar las regiones, comunas, grupos humanos; se le debe preguntar a los pueblos indígenas si quieres seguir siendo ciudadanos de este país, repito no se trata solo de hacer leyes (como la ley Nro 19.253), pues el papel “aguanta todo”, sino hacer real y verdadera la democracia, la convivencia en la diversidad cultural, política, religiosa y económica; democratizar, por ejemplo, las decisiones económicas, que sean las y los propios ciudadanos, el pueblo de Chile, quienes elijan el desarrollo económico y social que desean y le convenga… El respeto a que los pueblos (re)inventen lo que quieren ser, sin recibir una agresiva imposición desde “arriba” (y este derecho no es solo para los pueblos originarios sino para cualquier otra comunidad humana).
De lo que se trata en pocas palabras es el de hacer de Chile un mundo donde quepan todos los otros mundos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario